SOY MUJER Y SOY WAHARI






SOY MUJER Y SOY WAHARI

CAPÍTULO 1


-¡Ay cariño! ¿Estás segura de lo que vas a hacer?
Sonrío a mi madre y después miro al resto de familia y
amigos.
-Sí, mamá. Es la beca Lewis Henry Morgan, es importante,
la mayor beca de antropología. Y si la gano, tendré
mi futuro abierto a hacer cualquier cosa.
-¡¿Pero te vas con los indígenas?!- alza la voz.
-Tendré un guía y traductor que estará conmigo. Me he
vacunado contra la fiebre amarilla, el tétanos y alguna
enfermedad rara más; llevo analgésicos y antihistamínicos,
crema solar, repelente de insectos y ropa cómoda
para pasar tres meses en el Amazonas.
-¡Dios mío!- dice llevándose las manos a la cara.- Esta
hija tuya me va a matar a disgustos.
Miro a mi padre que la rodea entre sus brazos.
-Rose.- le dice papá.- Abie es una chica lista, fuerte y
capaz de hacer cualquier cosa que quiera.
-Pero...
-Pero nada.- le interrumpe papá.- Solo son tres meses y
pasarán volando.
Sonrío a mi padre y le lanzo un beso. Él es el calmante
de la familia, el tranquilo, el bonachón. Lo adoro.
Por los altavoces llaman a los pasajeros de mi vuelo y
dando un gritito de alegría me despido de todos.
-Cuídate hermanita.
-Lo haré, Damon.- digo estrujándolo entre mis brazos.
Soy el ojito derecho de mi hermano mayor, dos años
mayor, y le preocupa que me vaya tres meses a un sitio
peligroso, aunque nunca me lo dirá, es demasiado orgu-
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lloso.
Mis amigas me rodean.
-Abie, te vamos a echar mucho de menos.- dice Vicky.
-Mírate, pareces una exploradora.- comenta Heather.
Me carcajeo y miro mis pintas. Camisa y pantalón de
algodón amarillos claros, y botas de monte. Del cuello
me cuelga un sombrero de tela gris con el que cubriré mi
melena rubia.
-Cuando te vean esos índios, van a pensar que eres una
Diosa.- dice Luhan, jocosa.
El resto también me abraza y besa.
-Yo también os voy a echar de menos a todas.
Por último beso a mis padres.
-Cuídate princesa.- dice mi padre.
-Y llámanos desde el último sitio que puedas antes de
sumergirte en esa selva.- añade mamá.
-Lo haré.
Me despido con la mano y con mi bolso de viaje marcho
a embarcar.
Atrás dejo cuatro años en la facultad de Columbia, en
Carolina del Sur, y me adentro a una de las experiencias
más importantes de mi vida, vivir tres meses con una tribu
indígena en el Amazonas para estudiarla.
3 largos días después...
-¡Ay Dios, creo que ya echo de menos la civilización!
Tugu, mi simpático guía y traductor se carcajea
mientras seguimos adentrándonos en la selva con un
todoterreno. Los botes y meneos que da el vehículo me
hacen sentir dentro de una batidora.
-Pues aún nos queda un largo camino hasta llegar al
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poblado.- dice con un acento divertido.
-¿Seguro que éste es el camino?- pregunto observando
el espeso follaje que tenemos por delante.
Hay momentos que me da por pensar que acabaremos
cayendo por una catarata.
-Sí, Abie.- dice sonriente.- He pasado por aquí cientos
de veces, el problema o la gran virtud depende quien lo
mire, es que aquí la naturaleza se reproduce de una
manera veloz. Si mañana volviéramos a pasar por aquí,
las huellas del coche no se verían.
Asiento un poco más calmada y sigo sacando fotos del
viaje.
Me paso la mano por la sudada frente y bebo agua. El
teléfono inalámbrico suena dentro de la bolsa de Tugu.
-¿Qué te apuestas a que es mi madre?- le digo.
Él vuelve a reír. En los dos días que llevamos juntos,
mi madre ha llamado como... cuarenta veces.
Abro la cremallera lateral de su mochila y contesto.
-Aquí expedición Raferty camino al Amazonas, ¿quién
es?- contesto provocando risas en Tugu.
-Hola cariño.- saluda mamá.
-Hola mamá.
Pongo los ojos en blanco y me agarro al salpicadero al
pasar por un fuerte bache.
-¿Cómo estás?
-Muy bien.- contesto.- Con Tugu adentrándonos en la
peligrosa selva Amazónica.
Mi guía me mira de reojo y yo le hago una mueca
divertida.
-¡Abie, no digas eso ni en broma!- me reprende mamá.
-Es solo una broma, mamá. Tugu no va a dejar que me
pase nada.
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-Claro que sí es de fiar.
Tugu me mira y se encoge de hombros aceptando la
preocupación de mi madre.
-Escucha mamá, es alto y fuerte, un morenazo brasileño
de 30 años que quita el sentido. Es divertido, inteligente
y conoce muy bien esto.
Él sonríe y mi madre resopla.
-Vale, me dejas más tranquila.
-Así me gusta.- le digo.- Ahora tengo que dejarte que
este teléfono va por satélite y solo se puede usar en caso
de emergencia. Es la última vez que me escuchas en tres
meses. Te quiero.
-Te quiero hija. Cuídate.
-Sí, mando besos para todos.
Cuelgo y resoplo. Un diálogo con mi madre es agotador
y entre el calor y la humedad de este lugar, estoy
exhausta.
-¿Ya está más tranquila?- pregunta jocoso.
-Sí, pero si me pasa algo date por seguro que te buscará
y te capará.- me jacto.
Él estalla en risas y sigue conduciendo a través de la
frondosa selva.
Medio día después...
Suena la alarma de mi reloj digital. Es la que me puse
con horario de Columbia (que resulta ser una hora menos
que aquí) para tomar la píldora. No es porque tenga
intenciones de mantener relaciones sexuales, sino más
bien para controlar la menstruación. La saco de mi mochila
y la tomo.
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-¿Qué era eso?
-Cosa de chicas, Tugu.
-¡Amm!- asiente.- Sabes, creo que para tener 22 años
eres una chica muy valiente.
-Y testaruda.- añado.- Quiero esa beca y la voy a conseguir.
Hablame de esa tribu a la que me llevas, cuéntame
cosas.
-Son Waharis.- empieza contando.- Se dice que es una
tribu milenaria pero se sabe de su existencia desde hace
unos ochenta años. Una de sus peculiaridades es... que
solo hay hombres.
-¡¿Qué?!- exclamo.- ¿Solo hombres?
-Sí.
-¿Y por qué...- le golpeo en el hombro.-...me llevas a
una tribu solo de hombres?
Tugu se carcajea y se frota el brazo.
-Cuando contactaste conmigo me pediste una tribu
interesante de estudiar. Eso son los Waharis.
-Parte de mi estudio se centra en las relaciones con las
mujeres, en su trato, en su escala social en la tribu. ¿Cómo
voy a hacer eso si no hay mujeres?
-¿No te parece más interesante saber cómo se mantiene
una tribu sin contar con mujeres? Además vas a pasar tres
meses con ellos, tú misma experimentarás el trato hacia
la mujer.
-Una mujer extranjera no es lo mismo.
-Una mujer que no sea de su tribu, es extranjera para
ellos.
Me recuesto en el cómodo asiento mientras el coche
sigue tambaleándose de un lado a otro y empiezo a ponerme
nerviosa. Contaba con mujeres en la tribu no ser la
única.
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se trata de una larga y asquerosa culebra.
-¡Ahaaa...!- grito por instinto.
Tugu se carcajea y acciona los parabrisas para tirarla.
Menos mal que el coche es cerrado porque sino...
-Mal empiezas por una culebra.
-Me dan mucho asco.- argumento.- ¿Has visto lo grande
que era?
-¿Ésa te ha parecido grande?- se mofa.
-¡Calla!- grito sacudiéndome del repelús.- Solo quiero
que me digas que llevas un machete en esa mochila muy
afilado y capaz de partir una culebra en dos de un solo
golpe.
Tugu vuelve a reír con ganas.
-Me parece que estos tres meses van a ser... cuanto
menos, interesantes.- dice sonriente.
50 minutos después...
Tugu detiene el todoterreno en medio de la selva.
-Toca ir caminando.
-¿En serio?- me sorprendo.
-Sí. Métete el pantalón por dentro de la bota y no te
preocupes, el poblado está cerca, a unos quince minutos.
Hago lo que me dice e introduzco las patas del pantalón
por dentro de la bota. ¡Ay Dios! Será para que no
cuele ningún bicho. Me estiro las mangas de la camisa y
me recojo la melena en un moño rápido y me pongo el
sombrero.
-Bien, bajemos.
Mi guía y traductor baja del coche y yo miro por la
ventanilla antes de abrir la puerta. Desciendo con cuidado
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y veloz camino hasta el otro lado del todoterreno. Tugu
saca los grandes petates y me entrega el mío. Al cerrar la
puerta, del techo asoma una culebra verduzca no muy
grande y sin darme tiempo a gritar, Tugu le corta la cabeza
de un machetazo.
-¿Así te parece bien?- pregunta sonriente mientras
blande el enorme y afilado cuchillo.
-Perfecto.- suspiro aliviada.- ¿Dejas aquí el coche?
-Sí. Está resguardado, aguantará no te preocupes.
El sonido ambiental de la selva me recuerda a esas
cintas de relajación. Se oye el aire correr entre la vegetación,
algunos pájaros, insectos, agua de fondo... Las hojas
húmedas de los árboles llaman la atención por sus
exuberantes formas y el cielo es imposible de ver por la
espesura de los altos árboles.
Tugu camina dos pasos por delante mientras abre camino
con el machete. Yo cargo con mi mochila, cruzada
al pecho, mirando el suelo para no caerme y espantando
de vez en cuando algún maldito mosquito.
-Y dime, Tugu, ¿cómo llegaste a ser guía de aquí?
-Bueno, me gusta mi país y me gustan las lenguas y las
culturas que existen en él. Además yo también soy indígena.
-¿En serio?- me sorprendo.- No serás Wahira.
Tugu se carcajea y se gira hacia mí.
-Primero, es Wahari; y segundo, soy de otra tribu, los
Kuapka, al sur de Brasil. ¿Por qué pones esa cara?
-No, es que... pensé que los indígenas nunca dejabais
la tribu.
-Pues mira, otra cosa para que añadas a tu estudio.
-Sí, en “Indígenas fuera de la tribu”.- me jacto.
Él se ríe otra vez y continuamos.
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-Esto es muy grande, ¿no?
-Seis millones de kilómetros cuadrados, la mayor selva
tropical del mundo. La Amazonia o Selva del Amazonas
abarca nada menos que ocho países. Brasil y Perú se llevan
las mayores partes.
-¿Y cómo va el tema de la deforestación?
-Pues mal.- contesta.- Se intenta impedir pero siguen
talando en masa para poder plantar cultivos de soja para
alimentar ganado que después sirve como alimento en
cadenas de comida rápida y supermercados.
-Que triste.- digo.
-Muy triste.
Seguimos caminando entre la vegetación. Tugu se desenvuelve
a las mil maravillas. Sin decir nada, se detiene
y se acerca a mí guardando el machete en su funda de
madera.
-Mírame solo a mí.- murmura.
-¿Qué ocurre?- me asusto.
-Nos están vigilando. Son Waharis, no tengas miedo,
son guardianes de la tribu.
Trago saliva y miro solo a mi guía como él me ha dicho.
-Voy a quitarte el gorro y soltarte el pelo.
-¿Por qué?
-Para que vean que eres una mujer. Se fascinarán con
tu melena dorada.
Tugu estira los brazos y lentamente me quita el gorro y
la goma dejando caer sobre mis hombros mi pelo rubio.
-Ahora nos vamos a agachar para que vean que somos
inofensivos.
-¿Pero no hablaste con ellos?- me alarmo.
-Sí, pero deben comprobar que realmente venimos en
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son de paz.
Ambos nos ponemos de cuclillas. Tugu frente a mí me
sonríe y me pide calma con la mirada.
-¿Has llevado alguna vez a alguien a su tribu?
-A dos hombres pero de pasada. Solo estuvieron una
noche con ellos.
Escucho el sonido de unas ramas y se me corta la respiración.
Mi corazón empieza a bombear fuerte y se acelera
conforme escucho los sonidos cada vez más cerca.
-Tranquila.- susurra y me agarra una mano.
Por encima del hombro de Tugu veo aparecer a uno de
ellos, desnudo salvo por un taparrabos de piel y con un
arco de madera en su mano. Su piel bronceada está decorada
por dibujos granates seguramente hechos con sangre
animal. Pelo oscuro, largo y de aspecto tosco, ojos negros
y facciones rudas, delgado pero fuerte. En sus orejas luce
algo parecido a colmillos de animal.
Una mano me acaricia el pelo y boto del susto que me
da.
-Tranquila, te dije que les fascinaría tu pelo.
Girando un poco la cabeza, veo que estamos rodeados
por cuatro. El que me acaricia el pelo les dice algo y los
tres se acercan.
-Dice que tienes el pelo muy suave y tan dorado como
el sol.- traduce Tugu.
Los cuatro pares de mano empiezan a sobar mi pelo y
a cogerlo entre sus dedos.
-Toma.- le entrego a mi guía la cámara.- Sacales fotos
tocándome el pelo.
-Antes debo pedir permiso y ver si me dejan.
-Hazlo por favor, quiero inmortalizar esto.
Tugu comienza a hablar en su mismo idioma y ellos se
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le acercan al ver la cámara de fotos de su mano. Él explica
y deja que la toquen y la vean. Cuando regresan
para toquetear mi pelo de nuevo, veo que aceptan que les
saquemos fotos. Mi guía se pone a ello mientras yo me
quedo quieta.
¡Oh Dios, me están oliendo el pelo!
Uno de los indígenas dice algo y todos dejan de tocarme
el pelo.
-Vamos Abie.
Me levanto y los miro sonriente. Dos de ellos nos preceden
y los otros dos caminan detrás.
-¿Cómo se llama el idioma en que hablan?
-Es un dialecto del tupí-guaraní.
En una pequeña agenda que llevo en el bolsillo, lo
apunto veloz y me la guardo.
-Quiero que durante todo este tiempo me saques fotos
con ellos.
-¿Los tres meses?
-Sí, solo en aspectos importantes. Y tranquilo, tengo
muchos carretes.
Los cuatro indígenas se ponen a gritar asustándome y
al mirar hacia el frente veo chabolas de madera con tejados
de ramas y hojas.
-Están anunciando nuestra llegada.- me cuenta Tugu.
Salimos a un terreno libre de hierbas y los primeros
que se nos acercan son tres flacuchos perros. Después
vienen corriendo una docena de niños con edades entre 8
y 10 años que gritan y sonríen al verme. Yo los saludo
pero no me detengo. De las chabolas se asoman varios
adolescentes que me examinan de arriba abajo pero no
son tan simpáticos como los pequeños. Nos detenemos
frente a la chabola central del pequeño poblado y la que
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parece más grande. De ella salen tres adultos de unos 50
o 60 años, seguidos por un anciano. Todos salvo éste
último que lo tiene grisáceo, los demás tienen el pelo tan
negro como el carbón por lo que no me sorprende que
alucinen al verme tan rubia. Además tengo los ojos azules
que seguro llaman la atención también. Todos llevan
taparrabos y su cuerpo decorado con dibujos granates; los
mayores de la tribu lucen collares de semillas y a excepción
de los más pequeños, todos llevan las orejas perforadas
con colmillos, parecen de jabalíes.
Tugu deja el petate en el suelo y me ayuda a quitarme
el mío. Cuando levanto la vista veo que de la chabola
sale un chico más, de la edad de los que nos han traído,
27 ó 28 años, y es tremendamente atractivo. Tanto, que
me quedo con la boca abierta al verle.
¡AY... DIOS... MÍO... QUÉ... TÍO!
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