EN LÍNEA CON AMBER




EN LÍNEA CON AMBER


CAPÍTULO 1

Detengo la película del ordenador, dejo el bol de palomitas
sobre la mesa, doy un trago de agua para aclararme la boca y
me coloco el auricular inalámbrico en la oreja para contestar la
llamada.
-Hola guapo, estás en línea con Amber, ¿cómo te llamas?
-Eh... Rudy.- contesta una voz masculina algo afónica, como
de hombre entrado en años.
-Hola Rudy, dime lo que quieres.
-¿Qué llevas puesto?
Bajo la vista a mi pantalón amplio de chándal y mi camiseta
blanca de tirantes.
-Un pequeño y fino tanga negro, y un sujetador a juego que
me aprieta las tetas.
Llevo en esto lo suficiente como para saber lo que hacer.
-¿Y tacones?- pregunta el interlocutor.
-Rojos, brillantes y de veinte centímetros.- contesto mientras
me deshago de los calcetines y cojo unos tacones que tengo a
mano para estos casos fetichistas.
Hay que saber reaccionar en este trabajo y captar la voluntad
del cliente. Me pongo los zapatos negros y doy un leve taconeo
para que lo escuche.
Rudy acelera la respiración y jadea. Sí, se está masturbando.
-¿Qué número usas?- pregunta.
-Un treinta y siete.
-Sí.- jadea.- Quiero que me pises con ellos.
-Umm... claro. Desnúdate y túmbate en el suelo, vas a ser mi
alfombra.
-Sí.- vuelve a jadear excitado.
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Me levanto de la silla ergonómica y camino un poco por mi
habitación. El suelo es de madera y resuena bastante. Espero
que no estén los vecinos de abajo.
-Ahora piso tu culo.- le digo.
-Sí.- jadea.
-Mientras me toco. ¡Oh!- gimo.
Rudy emite un gemido y percibo el leve sonido de la masturbación
al otro lado de la línea. Una especie de “clo clo clo”.
-Y voy subiendo poco a poco por tu espalda, clavándote el
tacón y dejándote unas marcas que no se irán en varios días.
Mi cliente exhala y gime una vez más.
-Y te azoto.- digo.
Me golpeo con la mano derecha el antebrazo izquierdo varias
veces, como si fuera en su culo.
Vuelvo a sentarme en la silla y me autogolpeo un par de veces
más.
-Ponte a cuatro patas.- ordeno.
-Sí.
-Voy a meterte el tacón por el culo.
Rudy gime en señal de que le gusta la idea. Ya lo sabía.
Monté este negocio particular hace siete meses, desde que el
dueño del restaurante donde trabajaba como camarera me echó
a la calle sin previo aviso. ¿Cómo se me ocurrió montar una línea
erótica? Pues la verdad que la gente siempre me ha dicho
que tengo una voz muy bonita, muy sexy, sugerente, que valdría
para la radio. Entrar en ese medio de comunicación es muy
difícil, por eso me he montado esto... de momento.
La primera regla en un negocio como éste es no colgar tú
sino el cliente y alargar lo más que puedas la llamada. Cuanto
más minutos, más dinero. Pero en este caso, en doce minutos y
veintiséis segundos se ha corrido y yo he fingido el orgasmo.
Me basta y me sobra. Le agradezco la llamada y cuelgo. Estoy
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con la regla y me duelen los ovarios.
Me quito el auricular, los tacones y resoplo mientras me recuesto
en la silla.
Rachel empieza a reír desde la puerta de mi habitación y me
giro hacia ella.
-Ya te he dicho que no me gusta que me espíes cuando trabajo.-
le reprendo.
-¡Ay chica!- exclama y vuelve a reír.- No entiendo como
puedes hacer esto, lo de meterle el tacón por el culo me ha matado.
Vuelve a estallar en risas y cómo no, me contagia. La verdad
que tiene razón, pero éste hombre no era de los más raros a los
que he atendido.
Rachel se deja caer sobre mi cama y yo lo hago junto a ella.
Es mi mejor amiga y vivimos juntas desde que teníamos dieciocho
años, es decir desde hace... ocho años.
¡Caray, cómo pasa el tiempo!
Las dos somos del mismo pueblo de Montana y ambas nos
marchamos cuando terminamos el instituto. Queríamos irnos
de aquél pueblo diminuto donde o sales de joven u olvídate de
hacerlo, y no aspirábamos a pasar por cuatro o cinco años de
carrera universitaria. Nuestras familias se negaron pero eso no
impidió que nos fugáramos una noche y estuviéramos los tres
primeros años llamando a casa para asegurarles que estábamos
bien pero sin decirles dónde nos encontrábamos. Eso hizo que
la policía no entrara en acción.
Nos vinimos aquí, a Seattle, a la ciudad de la Aguja Espacial,
a la ciudad de los Ferrys, y vivimos en un tercer piso de
tres habitaciones, un baño y el salón con la cocina cerrada. Nos
costó mucho sudor y esfuerzo conseguirlo. A mí horas y horas
trabajando en restaurantes de comida rápida, a Rachel, horas y
horas de cajera en supermercados.
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Con el paso de los años yo me ido dando cuenta que me va
el tema hostelería, ya sea cocina o bar. A Rachel le va la alfarería
desde pequeña; fue ver Ghost y quedar prendada de la
historia de amor, de Patrick Swayze, de la magnífica escena
con el barro, de la banda sonora... y de la quiromancia también.
La verdad que tiene mucho talento, su taller está en la tercera
habitación del piso y ha conseguido vender varias de sus
obras.
Rachel es morena de ojos verdes y yo soy castaña de ojos
caramelo claro. Ambas de pelo largo y liso, de estatura similar,
(metro sesenta y ocho) y muy monas. Siempre hemos tenido éxito
con el género masculino y no nos podemos quejar.
¡Estamos cañón! ¡Y solteras!
Reímos sobre mi cama mientras le cuento las cosas más sórdidas
que he oído y dicho a través de la línea erótica, cuando el
teléfono se pone a sonar de nuevo.
Me levanto corriendo, me siento en la silla y mientras me
coloco el auricular, apoyo los pies sobre la mesa.
-Déjame quedarme, te prometo que no me río y no te molesto.-
pide Rachel mientras coge de mi mesa las palomitas.
-Pero nada de ruido.- le advierto.
-Sí.
Se sienta en mi cama con las piernas cruzadas y yo contesto.
-Hola guapo, estás en línea con Amber, ¿cómo te llamas?
Suelo poner una voz algo más... porno, por así decirlo.
-Hola Amber, me llamo Víctor.- contesta una voz gruesa que
me pone los pelos de punta... ¡y los pezones!
Bajo las piernas de la mesa y casi me quedo sin respiración.
No suelo dar con este tipo de voces tan sexys y me imagino a
un tío cachas, joven, inteligente y guapo a rabiar.
-Víctor.- digo intentando no suspirar.- ¿Qué deseas de mí?
Rachel se ha quedado con un puñado de palomitas cerca de
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la boca y yo me abanico con la mano, dándole a entender que
esa voz me gusta.
-Sinceramente es la primera vez que llamo a algo de este estilo.-
contesta con un suspiro.
-¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión?
Víctor silencia pero no cuelga.
-Estoy un poco indeciso porque voy a pedirte algo que lo
más probable nadie te haya pedido.- dice al fin.
-Créeme, me han pedido casi de todo.- contesto.
Rachel arquea una ceja.
-¿Sueles quedar con clientes?
Me levanto del sitio, agito las manos al aire y me vuelvo a
sentar. Rachel me mira más extrañada aún.
¿Me ha pedido que quede con él?
-Tienes razón, quedar con un cliente no me lo ha pedido nadie.-
digo en alto para que mi amiga se entere.
Ella se incorpora en la cama y niega con ambas manos. Sí, sé
que es una locura.
-No está dentro de nuestra política de empresa, además aquí
no damos ese tipo de servicio.- añado.
-Lo sé, lo imagino. En realidad no sería un cliente.
-¿Explícate?- me intrigo.
-Verás, tengo un amigo que está bajo de moral, muy deprimido
y muy triste. Ha salido de una relación recientemente y la
ex se va a casar este mes de Julio. Sí, lo que oyes, lo dejaron en
Mayo y dos meses después se casa con otro. La muy bruja, como
todos somos del mismo grupo de amigos, le ha invitado a la
boda.
Arqueo las cejas ante lo zorra que es esa tía.
-Y había pensado si, no sé, tú podrías quedar con él y... levantarle
un poco el ánimo.
-Te he dicho que aquí no hacemos ese tipo de servicio. Estás
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buscando una prostituta.
Rachel abre la boca y me hace con los dedos que corte la llamada.
-No busco una puta.- dice él.- Busco una chica que finja coquetear
con él y le haga olvidar a su ex.
-Eso es una actriz, tampoco hacemos ese servicio.
Aunque esté sola en esto, me gusta pluralizar como si fuéramos
una gran empresa. Me da seguridad.
-Eres dura de pelar, ¿eh?- dice y se ríe levemente.
Con esta voz debe estar... ¡muy bueno!
-Te lo voy a dejar claro. Te quiero a ti, me gusta tu voz y yo
diría que eres muy atractiva. Si te he llamado es porque he oído
hablar de ti, Amber, hablar muy bien. Cumplir las fantasías de
tantos hombres... Se podría decir que eres como una Diosa. Afrodita.-
susurra erizándome más la piel.
Sonrío y miro a Rachel. Ésta mueve la cabeza queriendo saber
que me está diciendo Víctor.
El timbre de casa suena y yo cubro el micrófono del auricular.
Después frunzo el ceño y acribillo con la mirada a mi
amiga que ha dejado la puerta abierta. Rachel se levanta y marcha
corriendo a abrir, no sin antes cerrar la puerta tras ella.
-¿Qué ha sido eso?- pregunta Víctor.
-Emm, mi vibrador.- miento.- Que ya ha llegado a la temperatura
que me gusta.
-Umm, ¿te gusta caliente?
-Me gusta frío.- musito seductora.
-Uff.- exhala él.- Me la has puesto dura. Ahora entiendo que
tengas tanto éxito.
La verdad que no me puedo quejar. Me va muy bien.
-Bueno, entonces, ¿qué me dices?
-¿A lo de tu amigo?
-Sí.
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-No lo sé.
-Te pago ahora mismo cinco mil dólares y cada semana que
pases con él aumentaré mil dólares más. Tienes que estar mínimo
hasta la boda, en cuatro semanas. Y lo que hagas con él es
cosa tuya.
Los ojos casi se me salen de las órbitas.
¡Eso es un dineral!
Podría alquilarme un restaurante pequeño y empezar a hacer
lo que a mi me gusta.
-¿Puedo pensármelo?- pregunto.
-En dos horas te vuelvo a llamar.
Cuelga y me quedo alucinando. ¿Es posible que este tío esté
dispuesto a pagarme NUEVE MIL DÓLARES por coquetear
con un amigo suyo? ¿O realmente espera que me acueste con
él?
Me quito el auricular, lo dejo sobre la mesa y sigo sentada
pensando en la oferta.
La puerta de mi cuarto se abre y me vuelvo. Rachel asoma la
cabeza.
-Amber, guarda el chiringuito que han venido los chicos.
-¿Otra vez?- me quejo.
-Sí, y han traído pizzas y cervezas, así que arréglate un poco
y sal.
Mi amiga cierra la puerta y yo bufo asqueada.
En tejanos, camiseta de tirantes y sandalias, salgo al salón
para encontrarme con Austin y Bruce. Nuestros vecinos roqueros
del primero y que una noche salimos con ellos llegando incluso
a liarnos.
Son un par de años mayores que nosotras, siempre visten
como viejas glorias del rock y aunque sean guapetes, a mi me
aburren como una ostra. Rachel y Bruce siguen con el tonteo
que hubo en su día y por eso suelen venir muy a menudo a ca-
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sa. El problema es que Austin espera lo mismo de mí, cosa que
ni loca vuelvo a caer en ese error.
Rachel está tirada en uno de los sofás con las piernas sobre
Bruce. Austin se encuentra en el otro sofá donde me tendré que
poner yo. Saludo y me acomodo en la esquina, lo más lejos
posible de mi vecino.
Los tres están bebiendo cervezas y antes de que pueda inclinarme
para coger una, Austin se adelanta, la abre y me la entrega.
-Gracias.- le digo.
Levanto el botellín hacia él y bebo.
-¿Cómo te va todo, Amber?- pregunta.
-Bastante bien, ¿y a ti?
Austin se pasa la mano por su pelo rubio oscuro y apoya el
brazo en el respaldo del sofá para quedar frente a mí. La barba
de una semana y las ojeras le dan un aspecto desastroso.
-Bien, por fin ha pasado la semana del turno de noche. Son
mortales.- dice sonriente.
La verdad que no sé a qué se dedican los dos. Han hablado
de ello varias veces pero como no me interesa, supongo que mi
cerebro lo suprime.
Rachel y Bruce ríen y tontean a nuestro lado sumergidos en
su mundo. Le he dicho varias veces a mi amiga que no lo haga
ya que me pone en una situación incómoda pero está visto que
le importa un pimiento.
Cojo una porción de pizza y Austin también lo hace para
después sentarse más cerca mía. Siempre hace lo mismo, se acerca
para intentar algo que no va a conseguir.
Enciendo el televisor, subo el volumen lo suficiente como
para cortar el tonteo de Rachel y Bruce, y sigo comiendo y bebiendo.
-Amber, ¿te has quedado sorda o qué?- comenta Rachel.
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Fulmino a mi querida amiga con la mirada y no le lanzo la
porción de pizza porque tengo hambre sino...
-Pues un poco sí.- contesto y le saco la lengua.
Rachel se ríe y vuelve a pasar el brazo alrededor del cuello
de Bruce.
Austin resopla y percibo cierto movimiento de sofá.
-Voy a por servilletas.- digo.
Me levanto fugaz del sofá y marcho a la cocina. Necesito un
poco de margen, hoy Austin parece más ansioso de lo normal y
como siga así voy a tener que darle el corte del siglo.
Camino por la cocina de dos metros cuadrados con las servilletas
en las manos. De vez en cuando me asomo parcialmente
a la puerta y veo el cogote de Austin. El cabrón ha aprovechado
mi ausencia para cruzar la línea de mi zona. Si ahora me siento,
ya sea a su derecha o izquierda, por narices voy a quedar junto
a él.
¡¿Qué hago?!
Me apoyo en la encimera de mármol negro y resoplo. La
puerta semicerrada de la cocina chirría un poco al abrirse y a
mí se me para el corazón al pensar que es Austin. Puedo respirar
cuando veo que es mi compi.
-¡Dios, qué susto!- bufo.
-¿Se puede saber qué haces?- murmura acercándose.
Agito los brazos y las servilletas de papel desesperada y medio
loca, y señalo al exterior de la cocina, al salón.
-Pero, ¿tú le has visto?- gruño bajo para que no me oigan los
chicos.- Rachel, te he dicho mil veces que no quiero nada con
Austin y estoy harta de que cada vez que venga intente hacer
algo. ¿Qué quieres que haga? ¿Le doy con una sartén en la cabeza?
-Que alarmista eres. Pues dile que no te interesa en ese aspecto,
no es tonto, lo entenderá.
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Frunzo el ceño hacia mi amiga y pienso en si lo mejor sería
darle a ella con la sartén.
-Se lo he dicho por activa y por pasiva.- comento.
-¿Y qué vas a hacer? ¿Quedarte aquí toda la noche?
Bufo y me paso la mano por el pelo estresada.
-No.- respondo sonriente.- Te vas a sentar tú al lado de Austin.
-¿Qué?
Doy un trago a mi cerveza, sonriente, mientras veo la televisión
junto a Bruce. Aún sigo sin poder creerme cómo he podido
tardar tanto tiempo en hacer esto. Me he librado del pesado de
Austin y de los continuos refroteos sexuales de Rachel y Bruce.
¡Esto es el paraíso!
Aunque mi amiga esté dos días sin hablarme.
Tanta cerveza me ha dado ganas de hacer pis. Me levanto y
casi tambaleándome recorro el corto pasillo hacia el baño.
¿Estoy borracha?
Enciendo la luz y al verme reflejada en el espejo abro la boca
asombrada, porque sí, parece que acabo de llegar de party.
Hago mi necesidad, me lavo las manos y la cara, me lavo los
dientes y me peino un poco. Me arreglo la camiseta de tirantes
que no sé cómo ha dejado a la vista mi sujetador rojo y salgo
de nuevo al salón, aunque solo tengo ganas de irme a dormir.
Espero que nuestros vecinos se marchen enseguida.
Me cuesta enfocar un poco debido al alcohol que llevo en
sangre y la oscuridad del salón, que solo se ve interrumpida por
la luz de la tele, pero me detengo en el acto cuando no veo ni a
mi compañera ni a Bruce en el salón.
¿Dónde están?
-¿Dónde están?- pregunto a Austin.
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Mi vecino se gira sonriente hacia mí y me señala el pasillo.
¿Se han ido al cuarto?
¡Lo que me faltaba!
-Nos han dejado solos.- susurra en un tono casi obsceno.
Me llevo las manos a la cabeza y digo lo que toda mujer.
-Me duele la cabeza, creo que me voy a dormir.
-¿Ya?
Austin se levanta como un resorte del sofá y camina hacia
mí.
¡No, que no tengo una sartén a mano!
Mi vecino es alto pero esta noche lo parece más y da la sensación
que se cierne sobre mí como una fiera salvaje.
-No puedes irte todavía, Amber.
-Austin.- digo y me sale un hipo. ¡Qué casualidad!- Te he dicho
varias veces que lo que pasó, pasó, no se va a repetir, deberías
dejar de intentarlo.
-El que la sigue la consigue.- comenta jovial.
-Lo que consigue es un sartenazo.- aclaro.
Él chico se carcajea y sigue acercándose.
-Ya nos hemos acostado una vez, ¿por qué no repetir? ¿no lo
pasaste bien?
Sube las manos a mi rostro y yo retrocedo hasta toparme con
la pared. Austin apoya las manos a cada lado de mi cabeza y ladea
la suya.
-Me gustas, Amber. ¿Es que no te has dado cuenta? ¿Que no
puedo dejar de pensar en ti? ¿Que cada vez que te veo se me alegra
hasta el día más negro? ¿Que para mí fue mucho más que
un polvo pasajero? ¿Qué puedo hacer para que me des una oportunidad?
Dímelo y lo haré.
Mi mente se satura ante semejante despliegue y Austin aprovecha
mi bloqueo para acercarse a besarme. Sus carnosos labios
bailan sobre los míos lentamente y su barba me rasca la
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cara. Estoy completamente bloqueada. No puedo moverme.
La impulsividad de mi vecino me levanta el rostro, para tener
más ángulo, y su boca se vuelve más ansiosa.
Sus labios son los únicos que me tocan y cuando su lengua
accede a mí, reacciono como si despertara de una pesadilla y le
aparto la cara.
-Austin, no.- murmuro.
Él pega la nariz a mi pelo e inspira fuerte.
-Estoy loco por ti.- susurra.- Completamente loco por ti.
Cierro los ojos y me lamento de aquella vez que nos liamos.
Esto es peor que un simple calentón. Tiene sentimientos hacia
mí, sentimientos no correspondidos.
-Austin, estoy bebida y no me encuentro bien. Por favor, vete
a casa.
Él frota su cara en mi pelo, como si quisiera impregnarse de
mi aroma para no olvidarlo nunca.
-Dame una oportunidad, concédeme una cita.
-Déjame que lo piense.
Su aliento me golpea en la oreja cuando ríe.
-De acuerdo.- responde al cabo de unos segundos.
Aparta su cabeza de la mía, toma mi rostro entre sus grandes
y ásperas manos, y vuelve mi cara hacia él. Después desliza los
pulgares e índices por mis cejas, pómulos, nariz, orejas, mentón,
barbilla y labios.
-Eres tan bonita.- suspira encandilado.- Preciosa.
Vuelve a pegar sus labios en los míos y me da un tierno, breve
y suave beso. Apoya la frente en la mía y jadea.
-Soy un buen tío.- comenta y se aparta.
Empieza a retroceder lentamente hacia la salida sin dejar de
mirarme. Yo también le miro y solo deseo que salga ya de mi
casa.
-Soy un buen tío, Amber.- repite y cierra la puerta.
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Suspiro de alivio y corro para echar el cerrojo. Después apago
la tele y me voy a mi cuarto que también cierro de pestillo,
por si acaso.
Me siento en la cama y apoyo la cabeza en las manos.
¡Menudo marrón tengo encima!
Boto del susto cuando el teléfono del trabajo empieza a sonar.
¡Agg, no estoy en condiciones para atender la línea!
Me levanto para desconectarla y entonces recuerdo la oferta
que me hizo el cliente de antes y que quedó en llamarme después.
Introduzco rápido el auricular en mi oído y contesto.
-Hola guapo, estás en línea con Amber, ¿qué deseas?
-Soy yo, Víctor, ¿te acuerdas de mí?- dice con esa voz tan
sexy que eriza cada centímetro de mi piel.
-¿Cómo olvidarte? No todos los días un cliente me propone
quedar con un amigo suyo.
-¿Y bien?
Miro la pequeña lámpara de mi mesilla, lámpara que me hizo
Rachel en su taller, y agito la cabeza.
¡Son nueve mil dólares!
-Acepto.- contesto.
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1 comentario:

  1. Hola he Leido el libro y me ha encantado ! Amigo solo quiero saber si hay alguna continuación ... o lo abra ? por favoooor ! de verdad que no puede terminar así :C ame a amber y quede desahuciada cuando lo termine ! ademas de reirme por montones ! Muchas Gracias por alegrarme el Dia ojala haya alguna continuación XOXO ! :)

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